sábado, 20 de agosto de 2011

Mi Amor Por Siempre

Mi amor por siempre

Era una chica de unos dieciséis años para ese entonces. La verdad no estoy muy seguro. Total, para el amor la edad es lo de menos. Lo que sí recuerdo con mucha nitidez era el aroma de su cabello que perduraba en el aire y lo dejaba a uno flotando en el tiempo. Algo que tampoco podré olvidar eran aquellos ojos de mil colores, perdidos y desconcertantes, que hacían tantas preguntas y daban tantas respuestas; al igual que sus formas delgadas y suaves; y aquel color canela que la envolvía y la hacía deslumbrar. Pequeña, intimidante y delicada. Sí, así era ella, misteriosa e incitante. Recuerdo como si hubiese ocurrido apenas ayer el día en que la conocí. El día en que tuve la fortuna de verla por primera vez.

Fue una tarde como muchas con el cielo azul y el sol brillante; pero aquella tarde tenía un sabor diferente (¿sería por que aparecería ella?): yo estaba sentado en una banca de la plaza leyendo. Nada importante, sólo lo hacía para distraerme, cuando en un instante tan fugaz como eterno, ella cruzó por mi lado sin mirarme. Aquel perfume incomparable me hizo levantar la mirada y ver a aquella dulce joven que pasaba por ahí. Me causó mucha curiosidad ya que no la había visto antes por el pueblo, pero me gusto verla, porque con su sola presencia iluminaba todos los sitios por donde pasaba.

Me dejó una sensación muy extraña, un sinsabor y no sabía por qué. Tomé mi libro y me marché para la casa de José Escudero, mi amigo. Me abrió la puerta como siempre con una gran sonrisa y me invitó a pasar. Por él me enteré de quién era esa jovencita que tanta inquietud había dejado en mí. Era prima de Ángela, la hija del señor Mendoza, un importante político y comerciante.

Me quedé pensativo un rato. Después seguí hablando con mi amigo de cosas que ya ni me acuerdo, hasta que se hizo de noche, entonces me despedí y regresé a casa.

Pasé toda la noche pensando en ella. Me inquietaba. Si saber porqué no podía sacarla de mi cabeza ni un instante.

Hasta que llegó la oportunidad de conocerla personalmente. El hijo del alcalde estaba de cumpleaños y yo asistí a la gran fiesta. Por ser hijo de Don Joaquín Lizarazo, uno de los hombres más importantes de la región, tenía algunos privilegios. Ya en la fiesta, todo iba transcurriendo normal, muy agradable hasta que llego el Señor Mendoza con su esposa, su hija Ángela y ella. Estaba tan hermosa que no pude evitar ponerme un tanto nervioso.

Se acercaron a donde nos encontrábamos mi familia y yo, nos saludaron muy cortésmente y mi padre los invitó a compartir la mesa. Por mi parte no podía apartar la mirada de ella, me parecía fascinante y la tenía tan cerca. Ella muy tímidamente me devolvía una que otra mirada. Después de un rato, armándome de valor apenas sonó el primer vals, la invité a bailar.

- ¿Cuál es su nombre? Pregunté ansiosamente.

-Amelia Mendoza del Castillo- Respondió con una voz tan dulce que era posible saborearla.

- Un placer señorita, mi nombre es Ricardo Lizarazo.

Después de ahí sólo fueron risitas y miradas. Así fue mi primer encuentro con ella, en medio de la noche, de música y de vino.

Conforme iban pasando los días, yo frecuentaba la casa de los Mendoza para estar cerca de ella. Salíamos a pasear por el jardín, tomábamos café en las tardes y hablábamos durante horas y horas. Se me volvió una adicción su compañía, quería tenerla cerca en todo momento. Un día muy decidido le confesé que estaba enamorado de ella. Fue un momento tan maravilloso, pues aun recuerdo ver reflejados en sus ojos infinitos un brillo que me lo decía todo. Con un beso, el más sincero y puro de todos, me dijo que ella sentía lo mismo por mí.

Amelia, la mujer de mi vida, la mujer que logró cautivar mi corazón, con su sencillez, su fuerza, su espíritu libre y sus ganas de devorarse el mundo de un solo bocado. Amelia, mi amada Amelia. Los días que siguieron los podría definir como algo mágico e increíble. Ella hacía que la vida no pesara tanto.

Hasta que una tarde, parecida a aquella cuando la vi por vez primera, la vi llegar con los ojos inundados como el mar. Parecía que cargaba con todo el dolor del mundo. No era la misma chica alegre que repartía sonrisas en su camino. Estaba diferente. Me abrazó con una enorme fuerza. Desesperado le pregunté qué pasaba. Me dijo que su tío había ofrecido su mano en matrimonio; aunque ella se había opuesto a tal decisión, era imposible ir en contra de la voluntad de quien está a cargo de ella, y no hay más remedio que aceptar el cruel destino que nos había tocado, pues para nuestro amor ya era tarde.

Sentí que me moría. Cuando pronunciaba cada palabra un dolor inmenso se me clavaba en el corazón. La perdía y me era imposible aceptar que no podía hacer nada para que eso no fuera así. La abracé con desesperanza y la besé con locura. No la quería perder.

Esa noche nos entregamos el uno al otro con dolor, con vehemencia, con amor. Recuerdo esa noche, pues aun la tengo grabada en mi piel y en mi pensamiento, en la cual nos desnudamos en cuerpo y alma. Fue la única vez que estuvimos juntos de esa manera, lloramos como dos niños ya que el adiós era inevitable y desgarrador. La amé con todas mis fuerzas intentando con cada beso perpetuarla en mi memoria.

Pero todo acabó. Con el alba ella se desvaneció como un suspiro, se fue dejándome sólo su recuerdo. Su sabor, su presencia invisible, se fueron, llevándose mi vida, mis ganas, mi corazón. Llevándose todo, menos este amor incurable que me destroza por dentro.

Me sentí cobarde por no haber defendido mi amor. Un idiota por haberla dejado escapar. El ser más miserable del planeta pues de nada vale la vida si no se tiene amor. Me odié y nunca me perdoné haberla dejado ir. Amelia, mí amada Amelia.

Desde entonces no he podido dejar de pensar en ella. De alucinar con esa noche en que la tuve entre mis brazos, de creer que aparecerá en cualquier madrugada. No he tenido sosiego, pues me atormenta pensar que ella está con otro; me aborrezco porque no he tenido el coraje para ir a buscarla, pues me aterra pensar que ella ya se haya olvidado de mi; creo que sólo me queda esperar a que la muerte, mi amiga muerte, se compadezca de este pobre corazón cansado de quererla y venga por mí, y me lleve al infinito en donde esperaré por ella para estar juntos por siempre y para siempre.

Por: Seleny

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