Hacía ya un tiempo, en de una época medieval, cuando aún estaban todos aquellos cuarteles de armería, arquería y caballería a disposición del Rey que los gobernaba y buscaba la forma de un dominio total en su imperio y en busca de una conquista o colonización hacia otros imperios.
Un día cualquiera, con una tarde soleada, de contrastes rojos y anaranjados, pasaba un grupo de caballeros cabalgando rápido y sin cesar, pero a la vez sintiendo una percepción del medio natural, tranquilo y liberado; observando aquel paisaje que de una forma u otra hacia olvidar la sangre, la violencia y toda la presión de sentir a la muerte a su lado.
-Simplemente asombroso”– se les escuchaba decir.
Todos aquellos caballeros se veían increíblemente alegres y felices, como si el cabalgar los hiciera ser así; pero al mismo tiempo sabían, que debían vivir en su cotidianidad la realidad de aquella guerra a la cual eran destinados por su querer y la codicia de tener más poder que les transmitía el rey de cada imperio para aumentar su riqueza, respeto, popularidad y orgullo.
Ese día debían viajar a las afueras del castillo, para llegar hasta donde el reconocido y mejor herrero del aquel reino. Este herrero, Meoximandro, quien así se llamaba, era reconocido por todos como si fuese un héroe para la época; tenía una gran fama por su originalidad, creatividad y eficacia en su trabajo.
Sin embargo, él sentía como si no se conociera a sí mismo.
Meo, como le decían, a pesar de tener fama, reconocimiento y dinero en el reino, se sentía insatisfecho, ya que su verdadero anhelo desde la niñez, era ser un gran caballero, galopar sin cesar, sentir el sonido de cada paso, sentir que el viento chocaba con su armadura de acero que vibraba a grandes velocidades, produciendo una dulce y penetrante melodía parecida a la del “cantar de los ángeles”. Solo de imaginárselo le causaba una sensación de libertad, seguridad y tranquilidad. Ese era su anhelo más grande, al parecer, sin importarle o tenerle algún miedo a la muerte, cosa a la cual estaría expuesto en caso de ser un caballero.
Con la llegada de los caballeros , Meo y todas las gentes importantes del reino, se reunieron en discusión y motivación de la guerra y la contribución de actualización de los estilos y el mejoramiento continuo en las armaduras y de los cuarteles. A Meo se le ocurrió una idea, que se había plantado dentro de él y que como si fuera un virus, creció y creció, hasta el punto de no poder controlarla, por lo cual se dijo a sí mismo – “¿Por qué no hablarle al Rey acerca de mi grande anhelo?”—Exclamó-- pues sí, a eso estaba dispuesto Meo.
Sin embargo; una vez empezada la reunión, Meo no encontraba el espacio para decirlo, y cuando lo tenía, se sentía inseguro. Al parecer había desistido y había olvidado su más grande anhelo, simplemente por el pesimismo que le rodeaba
–¿Sera que si le digo lo aceptará?—Se decía a sí mismo—
Momentáneamente sonaron las trompetas de alarma anunciando la proximidad del enemigo.El rey salió a su balcón y desde ahí exclamo:
-¡Protejan el reino. Luchen sin cesar. Luchen por sus vidas, por sus familias y por su honor¡
Al comienzo de la batalla, todos luchaban, los niños lloraban, otros rezaban, muchos morían y pocos sobrevivían. La esperanza era una palabra en la que pocos creían, oscuridad era lo que se sentía, tragedia era lo que se vivía. Pero el corazón y el aliento de muchos, hizo que el reino, a la guerra sobreviviera.
Mientras muchos batallaban, el Rey y su familia, sacerdotes y seguidores, conserjes, y el resto de asistentes a la reunión, permanecían escondidos en una habitación. Varios enemigos se escabulleron de las fuerzas de protección e irrumpieron en aquella habitación. Meo se dio cuenta que detrás del Rey estaba un enemigo y de inmediato exclamó con cierta preocupación y alteración:
-¡Mi Rey atrás¡, ¡Mire hacia atrás¡ --
El Rey se agachó y Meo aprovecho y golpeó al enemigo, tanto así que lo tiró por la ventana de aquella habitación. El Rey le agradeció simultáneamente la guerra se daba por terminada.
Al darse por finalizada la reunión por el Rey, Meo se decidió y con gran seguridad, dejando atrás la timidez que le rodeaba, le dirigió unas palabras al Rey Guillermo III de forma firme, exclamando:
–¿Podrías convertirme en un caballero?;
A lo que el Rey contesto:
–Por supuesto mi más grande y querido amigo, pero, ¿Estás dispuesto a dejarlo todo?
Meo contestó:
–No lo dejaré todo, sino que por el contrario encontraré y completaré mi deseo, y mi más profundo anhelo: el de ser un caballero –Exclamó
El Rey lo miró fijamente a los ojos y con una voz bastante firme en medio de las víctimas del combate y de los otros presentes, Dijo: –--¡Desde ahora, te proclamo, el Caballero Meoximandro, un gran caballero, Un caballero ce corazón!.
Por: Falcon C4
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