El tiempo nos ha sembrado algunas arrugas. La alacena está llena de buenos recuerdos y de locos viajes. Nuestros cuerpos reposan uno sobre el otro. Tratan de descansar.
Cuando caminamos juntos de la mano hacia el altar, nada nos detuvo y aturdidos por los latidos de nuestros corazones que se oían más que la efímera marcha nupcial, empezamos a tejer la historia de nuestras vidas. Nadie te entregó. A mi me arrancaste de los brazos llorosos de mi madre. No hubo arroz, no hubo fiesta, solo un cielo lleno de luz. Nuestros labios imantados no pronunciaban palabra alguna, la lluvia de saludos fueron testigos de nuestro juramento de amor.
A los 77 años juntos la felicidad sigue intacta, los besos sabrosos, los celos flojos. Ella me seduce con una particular sonrisa, que mi corazón no es capaz de resistir, se sonroja y maliciosamente la desnudo… Aparece de nuevo esa mirada cómplice
Desde los años del colegio sus suspiros han sido la más hermosa extensión del amor. Doné mi lonchera a un compañero, a la causa de sentarme a su lado. Compartir cuadernos fue la razón de mi vida en esos días. De tarea debía besarte y de examen complacerte. Fue lo único que nunca reprobé.
El día casi termina. Mi amada se me está yendo. Su mirada cómplice se escapa. Le apago los ojos con un beso. Su cuerpo reposa en mis brazos. Los cuadros de la casa lloran su partida. Su corazón no palpita.
Por: Artesano
Hola. Este cuento es definitivamente unos de los mejores que he leído en mi vida. Definitivamente es exquisito. Felicitaciones.
ResponderEliminarel más hermoso!!
ResponderEliminar